miércoles, 8 de julio de 2020

Luz 1 - Desarraigo

Todo lo bueno que la vida pudo darme me fue arrebatado. Cada sonrisa que pude dar me fue quitada. Desde aquí abajo, ¿alguien nota que sigo luchando por no decaer (más)? 

Cuando echo la vista hacía atrás los recuerdos me abruman el alma, como un frío que me recorre desde la planta de los pies hasta la nuca, entonces tengo miedo y no salgo por días a la calle. Recordar podría ser el arma más mortal para un simple ser humano que nunca aprendió a mirar el presente. 
Mi casa es pequeña, pero hoy la siento grande, con techos altos y largos pasillos. Vacía en todos los sentidos, y mi sola presencia estorbando en la habitación. Recuerdo cuando los gritos inundaban estos cuartos que ahora retumban a eco de un ayer que pudo ser bueno o pudo ser peor. Nadie lo sabrá nunca, pero tal vez todo tenía solución. Y nunca la encontramos... Y nunca supimos verla... 
Hace nada terminé el instituto, y debería estar contenta, pero cuando miro el boletín de notas las lágrimas corren por mis mejillas. Pude haber dado más, pero ¿cómo estudiar cuando mi cabeza está en cortocircuito? Y la única que puede arreglarlo soy yo, pero ahora no tengo fuerzas. Por ahora solo quiero fundirme con estas cuatro paredes y desaparecer del mundo. No quiero preguntas, ni miradas de compasión, quiero volver al pasado para encontrar una salida diferente. 
Siempre me dijeron que algún día llegaría el final de esa vida gris, que llegaría el día en que saldríamos de esa casa de techos altos y paredes blancas hacía un futuro mejor. Y yo tenía esperanza, fe, pero ahora todos se han ido y la única que se quedó fui yo. Esto no debería ser así. 

Es verano, el verano que iba a cambiar mi vida, y vaya si cambió... pero de qué forma... Todo me parece irreal, esto no debería estar pasando. 
Son las diez menos cuarto, viernes de junio. Y la casa está vacía, y las habitaciones están vacías, y en la mesa solo yo. Mi plato está vacío, la copa está vacía, y en el fondo una luz amarilla palpitando al ritmo de mis letras. 
Mi cabeza da vueltas, como si fuera a vomitar, estoy borracha de vivir, de sentir, de sufrir. Los estantes están vacíos, el sofá está roto, y los cuadros en la basura. ¿Estaba todo destinado a acabar así? ¿Será que nunca hubo una esperanza para nosotros? Ahora no quiero pensar.

Entro al baño descalza y me miro en el espejo. Hace una semana que no salgo de casa, hace tres días que no me baño, hace cuatro días que no me miro en el espejo, hace una semana desde que todo pasó. Ni siquiera me aguanto la mirada. 
—¿Qué haces con ese pijama puesto, Sara?  —le digo a mi reflejo. 
Hay ojeras en el espejo, hay sangre en el espejo, hay miedo en el espejo y un rostro pálido y frío. Abro el grifo y meto las manos. Las mangas se mojan y entonces las lágrimas caen por mi rostro.  «Ya no debo llorar más» . Pero es irremediable, una pena muy grande me sacude por dentro como un terremoto de magnitud 9,0. No creo poder sobrevivir. Resbalo por la pared del baño hacía el suelo mientras sollozo, hasta que mi cabeza toca el suelo. Las baldosas azules están frías. Es verano, pero hace mucho frío. El suelo está sucio, en las baldosas azules se observan trocitos de yeso, los recojo, los pongo entre mis manos y al mirarlos solo quiero gritar. Y grito, grito sin miedo, grito a toda voz y golpeo el suelo hasta que una baldosa se levanta. Todo se ha terminado. Ya no hay marcha atrás, y en ese momento lo sé. 
Me arrastro hasta la ducha y  me meto con cuidado sin desvestirme. Abro el grifo y empieza a salir agua caliente que se va enfriando en mi piel. Bajo el agua empiezo a sentir una presión en el pecho que me impide respirar bien. «¿Estoy muriendo?», pienso.
Pero de pronto escucho: "Siguen naciendo flores amarillas, la esperanza no acaba". Una vocecita desde algún lugar del cuarto está hablando. 

Eso me descoloca y me quedo atónita bajo el agua mientras intento buscar el origen de esa voz. Miro a mi alrededor, miro hacia la puerta pero no hay nadie, el pasillo sigue vacío, la casa está completamente vacía. «Estás enloqueciendo, has perdido la cabeza» pienso asustada. Y entonces lo escucho de nuevo: "siguen naciendo flores amarillas, la esperanza no acaba". El corazón me va rápido, siento que va a explotar. Para ese momento estoy temblando mientras el ruido del agua chocando contra el plato de ducha hace eco por todo el baño. Me pregunto qué es esa voz, le pregunto en voz alta y temblorosa:

— ¿Quién eres?

Pero no hay respuesta. Entonces lo veo, un reflejo que se mueve en el espejo y que me mira está hablando. Pero no puedo verle el rostro, el espejo está empañado. Solo alcanzo a ver su sonrisa y sus labios moviéndose, pero no entiendo lo qué dice. Parece alguien dulce y alegre que conocí hace tiempo. «¿Quién eres?» pienso para mí. Pero no hay respuesta. Pasan cinco minutos y todo sigue igual: el agua corriendo, el cristal empañado y la misma figura en el espejo. 
"Siguen naciendo flores amarillas". "Siguen naciendo flores amarillas". "Siguen naciendo flores amarillas". Se escucha por todo el baño. La voz dulce de hace unos minutos poco a poco se transforma en una voz que parece salida de una grabadora, como de un cassette antiguo. Todo se vuelve tétrico, hace frío y la misma figura permanece en el espejo cubierto de vaho. 
Poco a poco me dejo caer en la ducha boca arriba mientras me confirmo a mí misma que está punto de llegar mi fin. El agua sigue cayendo sobre mi pequeño cuerpo y con los ojos cerrados me dispongo a morir. «A pesar de todo, fue una vida buena», pienso. Pero ya llegó mi hora. El dolor en el pecho es tan grande que no veo escapatoria. Las lágrimas entonces vuelven a cae por mis mejillas, la misma voz sigue sonando en el cuarto, y entonces, justo cuando el reloj marca las 10 en punto, se escucha un pitido por toda la casa procedente del reloj digital del salón. Al oírlo abro los ojos y en ese preciso instante lo entiendo todo. El techo es de color amarillo, todo el techo es de color amarillo y en las esquinas hay flores. Me levanto de la ducha y salgo corriendo al pasillo, me tropiezo y caigo al suelo con las rodillas desnudas, pero una vez en el suelo mi vista se dirige al techo y para mi sorpresa este es también de color amarillo.
 —¿Qué? —murmuro —¿Cómo es posible? 
Vuelvo al cuarto de baño y la miro en el espejo. Sigue ahí de pie. El espejo sigue empañado, pero lentamente acerco la mano para descubrir quién hay detrás de él. Mis dedos lo tocan y empiezan a arrastrar, primero lento, luego de golpe y la veo. Soy yo, pero no soy la misma. Ella me mira, me sonríe y acercándose al espejo dice: "Sara, siguen naciendo flores amarillas". 
El corazón deja de dolerme, ya no siento frío y dejo de llorar. Entonces ella me pregunta: 
Sara, ¿sabes quién eres? 
 Ludovico Einaudi - Yerevan
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