sábado, 27 de enero de 2018

Siete meses

Nos alejamos de aquello que tanto amamos, dando pasos en busca de sueños, ¿verdad?

Siempre miro atrás, últimamente sí. No sé porqué, o tal vez sí. Siempre busco un rayo de luz, y me tropiezo con cosas de todo tipo, con alegrías que pude disfrutar más y penas que pude dejar de lado. Pero lo hecho hecho está, ya escribí mi pasado, y no me arrepiento. Pero me gustaría que el tiempo no corriera tan rápido, por favor, que el tiempo deje de correr. Por favor... 
Y ya no es miedo, ─aunque a veces sí─ es más una cuestión de desear algo imposible. Porque no quiero alejarme de ese ayer que mantengo vivo en mi memoria, esos días llenos de matices que necesito, necesito volver a vivir, solo por sentirme viva de nuevo. Solo por seguir viviendo de ese sueño adolescente, de esa falta de preocupación que ya no volverá nunca. Si fuera posible regresar el tiempo... 
Ya no volverán esos días llegando tarde a clase, ni esas tardes en las que solo miraba el techo de mi habitación mientras escuchaba música, no volverá la mirada de ese chico de ojos tristes, ni la lluvia que veía desde mi pupitre. Todo va quedando atrás, cada vez más y más lejos, hasta que llegue el día en que me de cuenta que esos años ya nunca volverán y entonces decida dejar de mirarlos.

Karen T.

miércoles, 10 de enero de 2018

No sé

No apago la luz porque me asusta no sentir nada.
Es miedo a lo desconocido, tal vez. Aunque lo cierto es que apenas conozco algo.

Karen M. 




martes, 2 de enero de 2018

Alicia

Me siento enfrente del teclado, queriendo derramar el final que acontece vivo desde hace muchos meses atrás. Busco las palabras adecuadas, sé que no es fácil, pero el inexorable final de mi existencia ha llegado. Tengo que despedirme.
Miro por la ventana, mientras pienso en los buenos momentos que me dio la vida, y recuerdo entonces la mirada de mi hermana antes de marcharse de casa. Fue un viernes tres de Agosto de hace más de diez años. 
Ese día el cielo amenazaba con lluvia, anunciando el final de aquella vida dulce y buena que, sabía, no podía durar demasiado tiempo. Los sueños, la inocencia, la infancia, y la esperanza que alguna vez conocí, murieron el día que Alicia salió por la puerta. Aquel día fue el final de todo lo que yo alguna vez pude anhelar, por eso durante años me extrañaría que en momentos de soledad en los que buscaba un poco de luz en mi memoria, la imagen de mi hermana con una maleta naranja en la puerta, se hiciera presente en mí. Muchos años más tarde comprendería el porqué.

Mi hermana había sido todo lo bueno que la vida pudo darme, pero así como me la entregó permitiéndome conocerla, un buen día, cuando cumplió dieciocho años decidió arrebatármela. Pero la realidad era que estar junto a mí nunca fue su destino, Alicia estaba demasiado viva para permanecer atada junto a aquella casa de madera blanca en la que se marchitaba inevitablemente. Alicia siempre fue una persona excepcional, brillante en todos los sentidos, el antítesis de en lo que yo me he convertido. Porque aquí estoy, sentada frente a un teclado que se niega a hablarme de otra cosa que no sea ella.
En la mirada de Alicia, me refugio cuando quiero pensar que mi vida al fin y al cabo no fue siempre tan miserable, en aquella mirada llena de luz que me hablaba de mundos desconocidos para mí, de sitios alegres, de bares de música en vivo, de calles coloridas, de gente que cuenta historias que no se encuentran en libros y de vida... de esa vida que ya no conoceré.
Pienso en que mi final está cerca, en que ya no me queda tiempo, que este, mi mayor enemigo me ha ganado la partida, consumido estoy por el paso del tiempo, por el tic-tac del reloj que no se detiene, y en mis últimos minutos de vida recuerdo a mi hermana Alicia, y a su mirada tan genuina, su cabello castaño, la locura que había en su esencia, en sus palabras, en sus cuadros, en la suavidad de sus manos... Me estoy muriendo, y solo puedo refugiarme en ese momento de mi vida, en el antes y después que hubo cuando la puerta blanca se cerró, en su cara, y en el sonido de mi respiración agitada que aún oigo si cierro los ojos. Allí la veo, de pie bajo el umbral, con el pelo corto que le cae sobre los hombros, está de espaldas, pensando en el inicio de su nueva vida, seguramente en la liberación de sus días oscuros y tristes en aquella casa. Sé que ese era el momento más feliz de su vida hasta ese entonces. Yo la observo escondido bajo las escaleras, no digo nada aunque por dentro estoy gritando y mordiéndome la lengua me trago las palabras que la retendrían por más tiempo junto a mí. 

Alicia suspira, lo veo en el movimiento harmonioso de sus hombros y justo en ese instante un trueno muy fuerte se oye, tras el  cual el cielo descarga sobre el jardín. Alicia abre el paraguas azul, mientras pone una mano en su maleta, y antes de salir del porcho me entrega lo más valioso que tendré nunca; su última mirada, su vida en ella, su luz. Me mira, me mira pero no llora, y así lo prefiero, ambos lo preferimos, pienso en correr y abrazarla, pero recuerdo las conversaciones con ella en el jardín sobre volar lejos del nido, y me mantengo de pie mientras la observo. Entonces un coche toca el claxon y sé que todo ha terminado para mí. Alicia da media vuelta quitándome su mirada, mira enfrente y agarra el pomo de la puerta con tanta fuerza que veo la palma de sus manos volverse blanca, sigo mirándola, viendo como su cabello se mueve por el viento, a su maleta inclinarse para caminar tras de si y la veo dar su primer paso. Tras este le acompañan dos más, tras de estos uno más, y finalmente la puerta de cierra. Alicia se ha ido.
Corro hacia la ventana, y bajo la lluvia la veo subir a una camioneta roja mientras un chico coloca su maleta naranja en la parte trasera. Para este momento ya no quiero llorar, solo sonrío. Porque sé que la persona que más me ha amado en la vida corre tras sus sueños. Sonrío y continuo sonriendo mientras la camioneta se aleja por la calle, sabiendo que por fin, Alicia, corre por su libertad.

Mi todo y sus escritos - Karen M.