miércoles, 26 de agosto de 2020

Hasta que la duda nos separe

 Hola de nuevo, vuelvo a ser yo. 

Aunque eso, supongo, ya lo sabes, ¿no?

Ayer estuve dando una vuelta por ahí, pensando en cómo seguir el curso de la vida, y me encontré con René. Estaba en el parque de las flores, donde tantas veces nos sentamos a jugar a las cartas. En ese entonces nada de lo que ahora atormenta parecía relevante. Nuestras conversaciones giraban sobre un mundo idílico que todos aspirábamos. Nadie hablaba nunca de sus problemas, y yo me preguntaba si es que acaso no los tenían, todos parecían muy felices siempre, y yo por dentro pensaba "¿debería sentirme como ellos?". La verdad, nunca le di demasiada importancia, pero conforme fui creciendo, lo irrelevante tomó peso, y mirando hacía atrás me doy cuenta que entre ese grupo de preadolescentes, había uno (varios, pero de ellos no me acuerdo), que a veces se callaba, miraba por encima de nuestros hombros y se perdía por segundos en sus pensamientos, mirando fuera del parque, quizá fuera de nuestros mundos de plastilina. De ese uno vengo a hablarte.

Al verlo me quedé de piedra, porque era el mismo, pero parecía otro. Ya sabes eso que dicen, las personas cambian, pero René seguía siendo el mismo, aunque con barba. Por fuera el mismo cuerpo delgado, de cabello rizado y camisas de flores, pero en cuanto me saludó sentí un escalofrío que me recorrió el cuerpo durante los segundos que duró el abrazo. Su voz era más grave, y cuando me miró a los ojos vi un vacío que me desconcertó por unos segundos. Cuando pestañeó, en cambio, pude ver el mundo que él sí conoció cuando un día se fue del parque y nunca más volvió. Con la ausencia de René las partidas dejaron de ser divertidas, y es que mientras todos hablaban y reían de cosas absurdas, René miraba desde lejos y de vez en cuando soltaba alguna frase que me descolocaba. Muchas veces me pregunté si las decía para mí, porque al parecer nunca nadie se percató de ellas. 

Nos sentamos en un banco del parque, mientras mirábamos a la gente pasear, y durante horas hablamos sobre esos seis años sin vernos. 

—Te vi en Facebook, fuiste a Indonesia, ¿no? 

René me contó sobre sus innumerables viajes, dentro y fuera de la península. Ahora forma parte de un grupo de filósofos que cada viernes por la tarde se juntan en un local de la calle Aribau para comentar distintas obras de literatura, cine, o teatro. Me habló de las experiencias que vivió cuando fue a la universidad, y de todos los corazones que rompió. René siempre fue el más apuesto de nuestro pequeño grupo de amigos, pero él parecía indiferente a la atención que mis amigas le brindaban. Nunca entendí porqué, pero ayer que lo vi me confesó que siempre pensó que la única chica de la que podía enamorarse en aquél entonces era de mí. Quizá era porque en el fondo sentíamos igual, sufríamos por las mismas cosas y nos daban igual las cosas que para nuestros amigos parecían importantes. Nunca le di importancia a nuestra amistad, porque en el fondo, nunca fuimos tan cercanos como él con Ariadna, o yo con Víctor. De hecho, recuerdo que antes de que Ariadna se fuese a vivir fuera de la ciudad, me contó de un par de encuentros con René. Recuerdo que me había mencionado sobre su mirada diferente, y sobre sus manos ahora cálidas. Pero tampoco le di importancia. La sobreexcitación que tenía Ariadna al contar las cosas siempre me resultó molesta, aunque en ese caso lo comprendí, pues ella siempre había estado muy unida a la familia de René, de hecho Nadia, la hermana de René, y ella, eran como hermanas. Y yo siempre lo envidié, porque ellas parecían hablar en un idioma al que yo no tenía acceso, con una complicidad que se me escapaba. Como si yo y mis intereses estuviesen fuera de lugar, a pesar de que ellas siempre fueron atentas conmigo. Me sentí siempre muy gris para un mundo tan colorido. Con los años, sin embargo, he aprendido a pintarme de luces y colores, no obstante, nunca me he sentido del todo libre vistiendo este verde esperanza, aunque eso tú ya lo sabes bien. 

Después de hablar por horas con René, el sol ya casi se había ido. Ya no quedaban niños en el parque y a penas había gente. Entonces René se puso de pie y caminamos hasta la salida lentamente mientras algo me gritaba por dentro que esa sería mi última oportunidad de escapar. Él seguía hablando, contándome sobre mundos que yo jamás llegaré a conocer; una vida dibujada me impide soñar más allá de lo que mi mundo me permite, me impide vivir más allá de los límites de mi cabeza entrenada para no moverse, y sé que a pesar de lo mucho que me he equivocado tú sigues entendiendo mis deseos. Pero ayer... ayer sentí que no todo estaba perdido, y no sé muy bien en qué sentido ni de qué forma. Porque René es la viva representación de que fuera de ese parque había vida, que fuera de ese mundo idílico era posible "sobrevivir" y yo ayer vi a René muy vivo, posiblemente mucho más de lo que yo nunca estaré, incluso si alcanzo la inmortalidad. 

Ya casi de noche, afuera del parque, René se detuvo, me tomó de las manos y me preguntó: 

— [..] ¿Has estado viviendo?  

Cuando René ya se había ido, de mi mente no salían esas últimas imágenes de él caminando debajo de la luz tenue de las farolas, cabizbajo y con el pelo moviéndose al ritmo de la brisa que anuncia el final del verano. Me quedé allí, fuera del parque, durante varios minutos, pensando en la vida que una vez conocí. Ahora todos mis amigos están haciendo planes de un futuro en el que no logro imaginarme, ¿qué se supone que debería hacer? ¿Seguir la senda? ¿Seguir los pasos de René? Mi cabeza daba vueltas. Ver a René me ha descolocado un poco, ¿sabes? Como si de pronto reconectara con el ayer, pero este ahora supiera de filosofía, de metafísica, y me hablase de lo que yo creía, como un cuento más. 

Miro a René y me pregunto si alguna vez recordará aquellos años donde el mundo parecía tan pequeño como la casa de sus abuelos donde jugábamos al UNO. Si pensará en ese viaje del que siempre hablaba con tanta ilusión, si recordará los fines de semana que vivíamos, las vacaciones en Cunit, la vida que se nos había escrito, y de la que él no quiso ser más partícipe. ¿Recordará René su vida antes de que se fuera del parque? 

Al verlo creía que hablaríamos del pasado, como en las películas donde un reencuentro siempre te trae recuerdos del ayer. Y ya sabes lo que dicen, "el ayer siempre era mejor", por eso de la nostalgia, pero René parecía indiferente a lo que alguna vez había vivido. Solo me preguntó por Ariadna, sobre su boda y si era verdad que estaba esperando un bebé. Solo entonces pude ver en René las ruinas de lo que un día fue, vestigios de una vida que ya no reconocía como propia, una mirada distante y lejana a aquellos días de plastilina. Pero enseguida esa mirada se difuminó entre el humo de su cigarro y entonces cuando el humo de disipó volvió el chico místico que está a punto de realizar un máster en filosofía. 

René me despertó esos miedos, esa ansiedad que hacía meses no sentía. Unas ganas locas por lanzarlo todo a la basura, un miedo irrefrenable por pensar que no estoy lista para ese momento, que mi mundo siempre fue de plastilina y aunque siempre me sentí incómoda, he acabado acostumbrándome a esto. Tal vez René y yo estamos hechos de materiales diferentes, quizá yo no sea capaz de vivir fuera de mi zona de confort. En cambio René... René ya no es Reni, mi amigo de la infancia que miraba fuera del parque, René es simplemente René, solo que ahora soy yo la que lo mira a través de las rejas del parque. ¿Seré capaz algún día de salir de aquí?


K