sábado, 7 de octubre de 2017

Tras el algodón

Mañanas casi perdidas

Sin tinta. Se levantó perdida. No había conciliado el sueño en toda la noche. Se había dedicado a mirar como las estrellas muertas seguían brillando.


Ese hecho la descolocaba tanto  que no sabía distinguir si esa admiración era producto de la envidia, o de la tristeza oculta en esa muerte silenciosa.
Se asomó al balcón varias veces, a la mañana siguiente, pero, no pudo recordar cuántas.
¿A qué se debía esa falta de memoria que la acompañaba desde hacia meses atrás?
En una o más ocasiones se había planteado la posibilidad de sufrir demencia precoz, o incluso Alzheimer, pero era tan descabellada la idea que terminaba por desecharla cuando ésta asaltaba su mente.
Quizá era por los nervios, la ansiedad, o la muerte repentina de su madre, pero esa chica hacia meses que no recordaba siquiera como se llamaba.
Su nombre le sonaba a lejano, ajeno e incluso frío. María. Ese no podía ser su nombre, ella no lo recordaba.

Salió de la cama aún aturdida, y se puso las pantuflas blancas que reposaban al lado de la pequeña alfombra también blanca. Echó una vista alrededor. Todo era blanco, como de algodón.
Se miró las manos, se sintió extraña, no propia. Sintió además miedo de no volver a reconocerse nunca más, de perderse para siempre en esas cuatro paredes. Se abrazó a si misma, ocultando la cabeza en su pecho, susurrándose "otra mañana perdida".
De pronto alguien abre la puerta oculta por más algodón. "Otra mañana casi perdida" le dice una mujer vestida de enfermera.

Karen M. 

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